Tonio Buonassisi creció en la ciudad de Sao Paulo, Brasil, en la época en que era la tercera más poblada del mundo. Para otros, tal vez, habría sido una molestia, pero para el pequeño Tonio fue una fuente de inspiración: “Recuerdo muy bien el día en que me interesé en la energía solar: iba en un camión que me llevaba de la escuela a la casa, y que tardaba dos horas en llegar. Ese día había tomado una clase de biología en donde me enteré que el peor momento para inhalar el aire contaminado era después de haber hecho ejercicio, porque los pulmones estaban abiertos y las pequeñas partículas podían entrar y perderse allí. Ese día terminé mi práctica de basquetbol y me subí a un camión que contaminaba como loco; ese día, a los 16 años, decidí que tenía que hacer algo para evitar tanta contaminación. Decidí que podía dedicar mi trabajo a mejorar el transporte público o a investigar la energía solar”, explica.
Para Tonio, la elección más lógica era decantarse por la ciencia, pues ambos padres eran investigadores y los veía desde pequeño trabajar en biología molecular: “De niño me ganaba mi mesada llenando las pipetas y limpiando los platos de Petri”, dice divertido. Aunque prometió nunca convertirse en científico —“trabajaban muchas horas, en un laboratorio apestoso y no recibían mucha paga”—, afortunadamente su amor por la ciencia ganó, aparejado con una preocupación humanista que subyace desde entonces en todo lo que hace: además de estudiar Física, hizo un grado en Estudios Latinoamericanos y Ciencias políticas, pues siempre estuvo interesado en la intersección entre la ciencia y la vida cotidiana, eso que tiene un impacto en la condición humana y puede mejorarla.
Un enfoque en lo pequeño, pero de alto impacto
Cuando por fin pudo estudiar la maestría, Buonassisi encontró al profesor Eicke R. Weber, su asesor en la Universidad de California, Berkeley. Fue allí cuando enfocó su trabajo en la energía fotovoltaica, particularmente en cómo las concentraciones de impurezas pueden afectar el desempeño de las celdas solares. “Hay que saber que, en estas concentraciones de impurezas, hablamos de partes por billón*. Si quisiéramos hacer un símil entre estas concentraciones y la humanidad, estaríamos buscando a siete personas dentro de las casi 7 mil millones que hay en la Tierra”. Parecen insignificantes, pero Buonassisi dice que esas ínfimas impurezas afectan bastante la función de una celda solar. Pero, ¿cómo imaginar que una pequeñísima partícula de impureza puede afectar un cristal de billones de partículas? “Durante la investigación inicial, esto es mucho más difícil. Pero a posteriori uno se da cuenta de que hay muchos ejemplos de impurezas en sistemas grandes. Te daré un ejemplo: unos cuantos átomos de cromo en el cristal de óxido de aluminio son lo que le da a los rubíes el color rojo en lugar de blanco. Es un pequeñísimo detalle que lo cambia todo. Otro ejemplo es el arsénico en el agua potable. Los límites legales en Estados Unidos son algo así como 20 a 50 partes por billón. Ese es el nivel en el que el arsénico empieza a impactar la salud humana. Nos preocupamos por el nivel de dióxido de carbono en el aire cuando son cientos por millón; de los fluorocarbonos, cuando son cientos por trillón”. El trabajo estaba claro: había que localizar esas impurezas, saber de qué estaban hechas y atacarlas. “Se conocía, desde hacía tiempo, el hecho de que existían dichas impurezas, pero no cómo se distribuían, cuál era su estado químico, dónde vivían en la celda… Una de las contribuciones de nuestro trabajo fue usar una fuente muy luminosa de rayos X enfocada en un pequeño orificio de un tamaño de 1/1000 al grosor de un cabello (construido por una enorme maquina llamada synchrotron, que cuesta unos mil millones de dólares y que necesita varios cientos de personas para funcionar).” Fue la insistencia de su equipo la que logró construir ese tipo de instrumento para enfocar los rayos X. Ahora podían examinar el material, entender la distribución de las impurezas y postular cómo mejorar el material desde un punto de vista preciso y económico provisto por la ciencia. ¿Y quiénes eran los elementos culpables? “Encontramos que son elementos que existen en los ambientes de manufactura como los elementos que conforman el acero inoxidable (hierro, cromo, níquel), los que le estaban restando capacidad al silicio para producir electricidad, pues la energía se perdía en producir calor”. Esa pérdida de energía parece poca, pero Buonassisi explica por qué puede ser muy significativa. “Imagina que tienes 10 millones de coches y 10 caballos, tienes 1 parte por millón de caballos. Si distribuyes esos caballos estratégicamente al rededor de una gran ciudad, como la de México, digamos, en intersecciones de calles muy transitadas, como Reforma o el Centro, quizás una carretera… de repente el tráfico empezaría a juntarse, provocando kilómetros y kilómetros de autos sin moverse. Suena metafórico, ¿no es cierto? Si lo piensas, es que así funcionamos. Sólo recordemos a Martin Luther King, que afectó a decenas de millones; o Mahatma Gandhi”, dice con énfasis este científico.
*se refiere al billón en inglés (mil millones).
Encontramos que son elementos que existen en los ambientes de manufactura como los elementos que conforman el acero inoxidable (hierro, cromo, níquel), los que le estaban restando capacidad al silicio para producir electricidad”.
Una carrera llena de elementos humanos
Aunque el sílice y demás elementos químicos puedan parecer muy concretos, la verdad es que las decisiones de vida que ha tomado este científico no siempre han sido exclusivamente de esa índole. Su interés y su conexión con el Instituto Fraunhofer (el más grande centro de investigación de energía solar en Alemania), por ejemplo, tuvo su origen en una bella chica sueca de la que Buonassisi se enamoró en Berkeley y que estaba a punto de regresar a su país: “Tenía que encontrar la manera de continuar con la relación, así que le pregunté si sería fácil visitarme… si yo encontraba una residencia en Alemania, y ella dijo que sí”. Con aquella promesa, Buonassisi no sólo fue donde estaría más cerca de quien ahora es su esposa y madre de su hija, sino también donde le ofrecieron la oportunidad de ver cómo afectaba su trabajo a la industria real. “Aprecié mucho la importancia de trabajar con la industria. No sólo hacía investigación básica y resolvía problemas complejos, también estaba traduciendo los resultados a un escenario industrial”. Esto le ayudó a poner los pies en la tierra y entender en qué dirección se requerían sus esfuerzos.
Luego de trabajar en dos compañías especializadas en energía solar, Buonassisi decidió regresar a un lugar donde tanto su mujer como él pudieran encontrar un trabajo: Boston, donde, claro, él se convertiría en un joven profesor para el MIT (Massachusetts Institute of Technology). Fue allí donde su antiguo asesor en Berkeley le llamó para formar una dependencia del Instituto de Fraunhofer con base en Estados Unidos. El asesor le ofrecía hacerlo en Berkeley, California, pero, viendo su recién ocupada y vacía oficina en el MIT, que sólo tenía un teléfono y una mesa, Buonassisi le propuso que mejor formaran un centro de investigación en Boston: “Estaba más cerca de Alemania y, además, había ya una naciente industria en el noreste”, dice de buena gana. Fue así como, en su primer año como joven profesor en MIT, fundó el Centro Fraunhofer para Sistemas de Energía Sustentable, que tiene la misión de hacer la transferencia tecnológica de la Academia a la Industria. “Es una larga historia que demuestra que las instituciones, la industria y las universidades evolucionan sólo porque la gente evoluciona”.
A pesar de que ya no trabaja en la industria y su posibilidad de volverse inmensamente rico queda ya muy lejana, Buonassisi parece uno de los hombres más felices sobre la Tierra. Algo tiene en su voz que dan ganas de esforzarse tanto como él para buscar verdades científicas, a pasar tiempo con la familia, a levantarse temprano y dormirse muy tarde buscando lo que a uno le toca hacer. “Ser capaz de proveer para mi hija y mi mujer es suficiente para ser feliz. Tener uno, dos o tres ceros más en mi cuenta de banco no aumenta mi felicidad; lo único que la incrementa es ayudar a otras personas. Yo tengo uno de los pocos trabajos en el planeta en el que se me paga para ayudar a otras personas… Eso sí que le da un sentido a mi vida”, dice Buonassisi, con ese estilo humanista que subyace en todo lo que su mente privilegiada ha tocado durante su brillante carrera.