Cualquiera diría que Paul Zaloom inventó su apellido como una divertida onomatopeya científica —¡zaloooom!— para interpretar a Beakman, el personaje que hacía explotar tubos de ensayo en el laboratorio más divertido del que se tenga memoria. Lo cierto es que casi nada en Zaloom es impostado: el apellido es sirio y su interés por la divulgación del conocimiento y la ciencia también son reales. “Yo no me considero un actor como tal; ante todo, soy un titiritero, un activista político afecto a la sátira. Mi formación viene del teatro, cuando era parte del Bread and Puppet Theatre, una troupe muy contestataria, a la que me uní cuando tenía 19 años en la Universidad Goddard, de Vermont. Aún trabajo para ellos cada verano”, dice Paul.
De su rol como divulgador, Zaloom cree que siempre ha estado en el espíritu de su labor profesional. “Beakman y mi trabajo como titiritero son la misma cosa. En ambas ocupaciones estoy diseminando información; casi siempre, en mis shows personales, trabajo con información real que a veces puede ser incómoda. Hace algunos años presenté uno acerca del procesamiento de comida, concretamente sobre algunos ingredientes que, si los mantenías mucho tiempo en bodega, podían explotar, por ejemplo. O cómo algunos están hechos de madera o cómo en algunas latas se había encontrado cierto porcentaje de heces o pelos de rata. Hago muchas bromas al respecto, pero el show está hecho a partir de información real, sacada de documentos originales. Es chistoso e impactante a la vez”, relata Zaloom. De hecho, fue un video de esos shows por los que le hicieron el casting para Beakman. Paul cuenta que no podían encontrar a nadie en Hollywood que quedara para el papel. “Parece mentira, pero luego me dijeron no había nadie lo suficientemente raro”, ríe Zaloom.
Para el activista, El mundo de Beakman significó la fama, pero la aceptó porque le permitía mantener prendido el motor de su vida: cuestionarlo todo. “Me gusta que mis presentaciones tengan ’filo’, que la gente no sólo se ría sino que piense también. Reír te libera de reaccionar de una manera predeterminada a cosas terribles, como los desechos tóxicos o la guerra nuclear, pero también puede incitarte a actuar en contra de esto”, explica. Zaloom puede hacer shows sobre el calentamiento global o la historia del colonialismo; puede atacar la trata de inmigrantes, la persecución de individuos en Israel, en Siria y Estados Unidos, pero siempre utiliza el humor para hacer las cosas menos pesadas y memorables, como lo hizo en el show que lo volvió famoso.
El mundo de Beakman, para niños y no tan niños
Una de las cosas más sorprendentes de Beakman’s World era el tipo de audiencia que atraía: primero pensaron que iban a ser sólo niños, pero Zaloom cuenta que 55% de los que veían Beakman’s World eran adultos. “Una gran mayoría eran papás. Pensaban que en un programa de ciencia para niños por fin entenderían algunas cosas que realmente nunca pudieron comprender y esta vez sería lo suficientemente fácil. Guardábamos para ellos niveles distintos de humor, sensibilidad, algunos chistes. Íbamos deliberadamente por ese público, adolescentes, abuelos, era mucho más gracioso de esa forma”, relata Paul.
Más que eso, el equipo completo del show tuvo que sensibilizarse a un modo diferente de ver las cosas, pues, según sabe Zaloom, a los niños les encanta “el humor de excusado”. “¡Es cierto! Los niños no siempre se ríen de lo obvio; muchas veces es complicado hacerlos reír. Para nada se trata de un humor fácil. Hago muchos shows en vivo y los teatros a veces se llenan hasta con mil niños de distintas escuelas y, en mi experiencia, su humor tiene que ver con la repetición: les gusta que los adultos parezcan tontos, les gusta que los elementos en el escenario se vean raros e inusuales, les gustan las marionetas, les interesan las funciones corporales, los fluidos y deshechos. Humor de excusado”, platica Zaloom, que no puede evitar emocionarse con el tema. Hasta resulta curioso recordar que fueran los gases intestinales el único tema que tardaron en abordar dentro de Beakman. “Como Lester se tiraba gases casi todo el show, queríamos hacer un capítulo, pero no nos dejaban porque les parecía demasiado. Tardamos en convencerlos”.
Gases o no, El mundo de Beakman duró 91 episodios, transmitidos entre 1992 y 1997 y muchos recordamos esa peluca crespa y esa bata fosforescente como nuestro primer acercamiento a la ciencia, más allá de las aburridas clases en la escuela: “Uno de los primeros episodios se trató de los mocos. El director me había preguntado cómo hacerlo. Y yo le sugerí que hiciéramos de la nariz un cohete de astronauta. Así tendríamos una fosa nasal gigante y yo me metería por allí”, recuerda Paul. Y es que los temas no eran pensados por un grupo de adultos sentados en una oficina: se inspiraban en cartas reales de niños y jóvenes, y la única consigna de los creadores era escoger las cosas más divertidas para recrear en el set. “Los niños querían saber sobre la teoría de la relatividad, y los escritores encontraban la manera de hacerlo en seis minutos, algo casi inverosímil. De paso, yo podía tener mis dos minutos de personificar a Albert Einstein”, dice Zaloom.
“Si hablas de conceptos abstractos que no tienen nada que ver con sus vidas, los niños van a perder el interés de inmediato…”
Además de un logro técnico en el show —donde no había ni un sólo movimiento de cámara, sino que eran los personajes quienes se acercaban y alejaban de una lente angular—, el programa tiene la fama de haber despertado la vocación de miles de científicos. “No sé si todos los niños son científicos naturales, como se suele decir, pero pienso que, en muchas culturas, incluyendo la de Estados Unidos, tenemos una tendencia a privilegiar la memoria y hacer pruebas y exámenes, lo cual es una estrategia idiota, pues no es así como los niños aprenden. Según mi experiencia, ellos aprenden haciendo cosas con sus manos, poniendo cosas en práctica. Por eso teníamos tantos experimentos en el show. Los invitábamos a participar. Siempre, antes de los comerciales, venía un: ’Busca un lápiz o busca un globo’. Y muchos niños nos escribían contándonos cómo les habían salido los experimentos”.
Al mismo tiempo, Zaloom y el equipo creativo del show procuraban hacer la conexión entre la ciencia y las vidas de los niños: “Si hablas de conceptos abstractos que no tienen nada que ver con sus vidas, los niños van a perder el interés de inmediato. Si conectas con su experiencia diaria, es otra cosa. No se puede hacer eso en todos los rubros educativos, pero siempre hay un modo de mantenerlos involucrados en el proceso. Después de todo, el propósito no es sólo enseñarles ciencia o historia, sino que aprendan a razonar”.
Pero si alguien tuvo un cambio radical a partir del programa fue el propio Zaloom, quien ahora jura por la ciencia y sus grandes enseñanzas. “La ciencia cambió mucho mi vida: aumentó considerablemente mi curiosidad respecto al funcionamiento de las cosas y por qué existen o son así. Los temas científicos que me interesan particularmente por ahora tienen que ver con la naturaleza: me gusta saber sobre la durabilidad de las plantas, si vas a ciertos ambientes, como las ciudades, puedes encontrar plantas muy durables, entonces me pregunto por qué crecen así en un lugar y no en otro. Me fascina, por ejemplo, el ciclo de los castores que hacen presas y cambian todo un ecosistema. Me interesa la química en nuestra vida diaria: si vas caminando y ves la huella de una hoja que interactúa con los químicos del pavimento y deja un fotograma natural de la planta. Lo ves todo el tiempo, pero es interesante entender cómo ocurre. Las auroras boreales, cómo funciona el cerebro, la evolución, los insectos y su aprovechamiento como comida. ¡La lista de cosas interesantes en el mundo es interminable para mí!”, dice Paul, recordándonos esa energía lúdica avasalladora que guarda un lugar muy especial en nuestra memoria.